DIFICULTADES QUE HA DE AFRONTAR EL/LA EDUCADOR/A FAMILIAR

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DIFICULTADES QUE HA DE AFRONTAR EL/LA EDUCADOR/A FAMILIAR

Las dificultades más comunes que se le presentan al Educador/a Familiar se enmarcan dentro del plano emocional.

La gran carga de sufrimientos, incongruencias, violencias y miserias que la mayoría de las familias multiproblemáticas (no tod@s los educador@s trabajarán en estas condiciones extremas pero todas las familias descargan en él su problemática sea del tipo que sea: fracaso escolar, dificultades con adolescentes, presencia de algún miembro con necesidades educativas especiales…) muestran a quién trabaja con ellas, provoca normalmente una gran cantidad de reacciones emocionales. El/la Educador/a Familiar ha de saber que dichas vivencias emocionales formarán parte de su trabajo desde el primer momento que decide intervenir en el ámbito familiar. Por otra parte, ha de considerar que tales experiencias pueden facilitar o bloquear la evolución de una intervención.

El trabajo con familias es en definitiva un trabajo con personas. El Educador/a está delante de otros sujetos que pueden ver en él a un «salvador» y ellos sentirse «salvados», con la inevitable implicación emocional que todo ello conlleva. El Educador/a difícilmente es capaz de evitar una respuesta emotiva inmediata a muchos de los casos que se presentan en los Servicios Sociales.

Esta peculiaridad repercute inevitablemente en su trabajo y hace difícil su prosecución. Por otra parte, el hecho de saber que las situaciones pueden ser extremas, alimenta todavía más y justifica sentimientos de impotencia e incapacidad.

Implicación incontrolada, parcialidad, agotamiento, impotencia, bloqueo y rabia son elementos que aparecen con frecuencia en el trabajo con familias multiproblemáticas, a lo que se podría añadir la posibilidad de que el/la Educador/a Familiar no soporte algunas situaciones difíciles, como por ejemplo los malos tratos en el seno familiar.

El trabajo que desempeñan los profesionales de los Servicios Sociales resta mucho de ser uno de los más valorados, ya no sólo dentro de la organización en la que está incluida (se vive a menudo gran frustración por la poca atención de las autoridades, sobre todo de las instancias burocráticas), sino también para una gran mayoría de la sociedad. De ahí que estos profesionales experimenten sensaciones de rechazo, abandono y persecución, que en poco se diferencian a las percibidas por los usuarios de estos servicios cuando se encuentran frente a los «olvidos» y las negaciones de las instituciones y de la sociedad en general.

Otro aspecto a destacar, y que puede ser fuente de vivencias negativas, es la falta de gratificaciones. Por parte de los usuarios poco se puede pedir, porque son ellos los que más necesitan ser estimulados. Los compañeros de trabajo, aún a pesar de todo lo dicho sobre la importancia de la tarea en equipo y de la empatía, a veces no suelen ser fuente de gratificaciones porque la necesidad es recíproca. Lo deseable es que el equipo sirva de punto de apoyo y de estímulo para todos y cada uno de sus integrantes. No ponemos en duda que ello suceda en muchos equipos, pero tampoco ponemos en duda que lo contrario ocurra en muchos otros.

En ocasiones, el/la Educador/a Familiar verá cómo las situaciones no avanzan debido sobre todo a la obstinación de las familias por no querer salir del embrollo problemático en el que se encuentran estancados. Las emociones más usuales ante este tipo de inmovilismo y falta de motivación para los cambios (incluso aquellos más pequeños y que parecen al alcance de la mano) son la angustia y la irritación.

Ante respuestas de emergencia como subsidios económicos, ofertas de empleo o cursos de formación, guarderías, ayuda a domicilio, etc... en un tanto por ciento alto nos vamos a encontrar con usuarios expertos en «aprovecharse» de estas posibilidades, lo que puede infundir rabia y perplejidad. Otras personas, en cambio, muestran sus dudas y su inseguridad ante tales propuestas, lo cual suscita también al Educador/a Familiar y al equipo diversas vivencias emocionales. Reacciones de rabia, angustia o irritación suelen salir a relucir cuando para afrontar cierto tipo de emergencia se recurren a soluciones parciales y éstas no generan los resultados esperados.

¿Qué es lo que debemos hacer para controlar y neutralizar estas emociones?.

En primer lugar, nunca debemos intervenir bajo el estímulo de un generoso impulso de reparación, intentando hacer todo lo posible cuanto antes (Educador/a supermán/superwoman). Actuando de este modo lo único que se puede conseguir es que no sean aceptadas las soluciones propuestas. Lo más importante es partir de los recursos con los que cuenta la familia y confiar en ella, en sus posibilidades para el cambio, por débiles que éstas parezcan. Si en vez de activar a la familia, se opta por la vía de decidir en su lugar, se corre el riesgo de fracasar y de encontrarse con grandes dificultades y las consabidas emociones negativas para el profesional. Las familias, y sobre todo las multiproblemáticas, requieren de una atención continua y duradera, principalmente porque hay que reactivar recursos latentes y energías aparentemente inexistentes (Cancrini, 1994).

Uno de los aspectos que caracterizan muchas situaciones que los profesionales de los Servicios Sociales tratan es la cronicidad, que también afecta se dan en otros servicios (red sanitaria, escuela, centros tutelados, redes judiciales...). Las respuestas de emergencia, a las que hacíamos mención en párrafos anteriores, se erigen como uno de los más recurridos recursos de aquellos Servicios Sociales con un fuerte carácter asistencialista. La cuestión está en que estas prestaciones se perpetúan en el tiempo, hasta transformarse en algo habitual no sólo para la familia, sino también para los mismos servicios. Un ejemplo ilustrador es la prestación sustitutiva de medios económicos que faltan desde siempre y que normalmente son utilizados para afrontar pagos de alquiler, recibos de electricidad, alimentación, medicamentos... Esta partida económica se concede cuando la situación es insostenible y de gran urgencia, y no hay más remedio ya que «parchear» la situación. El/la Educador/a Familiar y el resto de profesionales siempre deben trabajar para que esto sea lo último que suceda, es decir, anticiparse a ella, procurando dar respuestas desde los programas de educación familiar.

La mejor forma de romper está dinámica,y las consecuentes vivencias emocionales de rendición y resignación (que pueden ir más allá y terminar en una aparente indiferencia y en el refugio en una repetitividad carente de reflexión) es propiciar que la familia y el profesional no se centren tan sólo en el tema económico, potenciar otras áreas que pueden estar solapas por la urgencia económica. La ansiedad de la cronicidad resulta, así, ser negada (Coletti, 1987).

Otra fuente de ansiedad se relaciona con el fracaso. En este trabajo siempre se ha de ser precavido y confiar relativamente en aquellas intervenciones sencillas y al alcance de la mano, ya que pueden dar la sensación de ser capaz de modificar las cosas con poco esfuerzo. La realidad demuestra que las intervenciones no son tan fáciles como parecen y que los primeros cambios son como los primeros pasos de un niñ@, necesitan pasar por varias fases (con sus logros y fracasos) hasta que se consigue el resultado esperado. De ahí que sea fundamental saber que lo más normal es que se tengan fracasos, sobre todo al principio, cuando uno se está iniciando en esta difícil profesión, y también que durante toda nuestra vida laboral seguramente no tendremos éxito en todas las actuaciones.

Otro aspecto que suele darse con bastante frecuencia durante nuestro encuentro con las familias, son los momentos de tensión. Con bastante regularidad surge incomprensión y enfrentamiento por las problemáticas y por la propia intervención que se está llevando a cabo. Normalmente la tensión aparece cuando las familias reciben una u otra prestación y no realizan los acuerdos que se habían fijado para mantener esa prestación (por ejemplo: para recibir el año próximo la ayuda de emergencia social deberían cumplir una serie de requisitos como que los niños estén escolarizados, que tengan el material necesario para estudiar, que los padres asistan a clases de alfabetización...).

Desde nuestro punto de vista consideramos casi siempre como algo incomprensible el hecho de que una familia con pocos recursos económicos y con graves carencias pueda rechazar una oferta de empleo que le serviría de gran ayuda. Pero pueden existir razones de fondo que debemos descubir desde un enfrentamiento pedagógico.

Otros aspectos que pueden generar enfrentamientos e incomprensiones son los que hacen referencia a decisiones vividas como delicadas y nuevas por la familia, y que pueden ser aprovechadas por el/la Educador/a y el resto de su equipo: ingresos en hospitales o en centros de menores, guarderías, escuelas, centros de drogodependencias, etc. Tales propuestas pueden producir fuertes tensiones entre los profesionales y sus usuarios, con inevitables e intensas implicaciones emotivas. Pasados los momentos de tensión y enfrentamiento debidos, por ejemplo, al internamiento de un hijo en un centro de menores por la falta de cambios en la situación valorada como crítica o de riesgo para el menor, vendrán momentos de calma que el/la Educador/a Familiar ha de esperar y valorar. La demanda de ayuda por parte de la familia para afrontar esta nueva situación provocará la revisión de los objetivos propuestos y la posibilidad de abrir nuevos caminos y alternativas para la intervención.

El exceso motivacional. El burn out

(Se toma como referencia a Coletti, M y Linares, J.L. (Comp.), (1997): «La intervención sistémica en los Servicios Sociales ante la familia multiproblemática». Paidós Terapia Familiar. Barcelona).
 
El burn out aparece como el resultado de la insoportabilidad del ambiente de trabajo, de los compañeros, de los superiores y de las instituciones. Varios estudios, entre ellos una investigación realizada en España por la Fundación Labos (Laboratorio de Política Social) están obteniendo resultados (todavía no concluyentes) respecto a que los factores citados generan un mayor estrés que los relacionados con los usuarios y sus familias. Para superar esta situación estresante en el trabajo se considera, y muchos trabajadores entrevistados han opinado así, que debe haber un buen ambiente dentro del grupo de trabajo. Puede dar la sensación que dicha investigación ha servido más bien para descargar el malestar del trabajador dentro de su organización que la preocupación por el estado de sus usuarios.

Otro elemento a tener en cuenta y de difícil control es el exceso motivacional. Este factor, también llamado delirio de omnipotencia, raramente es analizado pero se sabe que puede producir grandes problemas dentro del equipo y en la gestión de los casos. Esta excesiva emoción hace que el sujeto que la posee crea que él o ella tiene la solución para todo y difícilmente permite que otros le deleguen en la toma de decisiones, esperando que su decisión sea acatada como inmejorable, con una actitud casi siempre es desafiante. Todo ello en su conjunto facilita que este exceso motivacional sea considerado como delirante.


Las soluciones

Hemos intentado ofrecer algunas orientaciones sobre qué hacer o cómo actuar ante una determinada emoción al tiempo que éstas iban surgiendo. Llegado este momento consideramos conveniente indicar a nuestro lector que no existen soluciones mágicas, eficaces o infalibles. Para afrontar las vivencias emocionales puede ocurrir que recetas basadas en otras experiencias de compañer@s a nosotr@s no nos sean eficaces. Tampoco vale de mucho creer que un «descanso» de las emociones va a servir de gran ayuda, si no es para analizar las razones y los motivos de porqué uno/a necesita ese descanso. El descanso físico no implica directamente obtener un descanso emocional.

¿Cuáles serían los pasos a seguir?. Primeramente, considerar que las vivencias emocionales están indiscutiblemente unidas a las intervenciones que se llevan a cabo. Analicémoslas, seamos conscientes de ellas y la solución más adecuada vendrá sola.

El Educador/a no ha de tener miedo ni temor por implicarse plena, física y emocionalmente en los casos en los que trabaje. Existen otras personas, sobre todo la encargada de supervisar los casos y el trabajo en equipo, que prestará una ayuda incondicional, haciendo descubir la propia posición emotiva (la más fuerte y la más débil) y recolocar la intervención en un marco nuevo.

La figura del supervisor externo todavía no es muy común en los Servicios Sociales, sobre todo en poblaciones de menos de 20.000 habitantes (debido principalmente al tema de la financiación y de la escasez de personal). Si el/la Educador/a cuenta con un equipo a su alrededor, pueden llegar a un acuerdo de que uno de ellos (puede ser el o la Trabajador/a Social) cumpla esta función tan relevante. Esta elección, aún así, raramente se verá eximida de juegos relacionales internos al grupo, con la intención de analizar quién es quién frente a esa función y los demás, incluso antes de que ésta se inicie. Dicha elección debería ser objeto del mayor consenso posible. A veces suele ocurrir que la persona investida de poder y de la responsabilidad para escuchar los problemas y las dificultades del equipo, sea elegida generalmente fuera d éste.

Las consecuencias que pueden derivar de esta elección no son otras que una visión por lo general sesgada, desprovista de la contribución que representan los puntos de vista y las vivencias del resto del equipo. Esta persona foránea al equipo presentará con asiduidad dificultades para comprender que otros profesionales formen parte de la intervención y, también, de la continua y necesaria interacción entre todo el grupo. De ahí la importancia de que el propio equipo elija consensuadamente a quién quiere que realice esa función, de esta manera se reduce en un alto porcentaje las posibilidades de que esta persona sea impuesta desde fuera.

Una solución muy interesante y de la cuál se obtienen por lo general gratificaciones, es la de trabajar con otra persona, es decir que se produzca una co-conducción de los casos. Dos profesionales pueden apoyarse recíprocamente y actuar de mutuo acuerdo. Naturalmente influirá en la intervención y en la relación si se producen conflictos de cierta importancia; en este sentido, el supervisor puede ayudar a limar ciertas asperezas y a reconducir la intervención y la relación entre ambos profesionales.

Al igual que con la figura del supervisor, la posibilidad de que dos profesionales trabajen conjuntamente como Educador@s Familiares es más bien escasa en la actualidad, sobre todo en municipios pequeños que dependen de las subvenciones de su Comunidad para poner en marcha el programa de educación familiar y que apenas llegan para contratar temporalmente a un profesional. A pesar de los inconvenientes presupuestarios, seguimos apostando por esta alternativa como una de las más idóneas para afrontar las vivencias emocionales de los profesionales de los Servicios Sociales y en concreto de los Educador@s Familiares.


Poder hablar y comentar como están sucediendo las cosas, permite avanzar hacia conclusiones compartidas, hacia puntos de vista o elementos que no se habían tenido en cuenta, y también proporciona solventar todas aquellas dudas, sentimientos, emociones, rabias, desilusiones, frustraciones, etc. que se vivencian diariamente en su interacción con las familias.

Al respecto de la co-conducción de los casos, en ocasiones es interesante valorar la posibilidad de estar acompañado por estudiantes en prácticas o voluntariado especializado. Esta es una alternativa a tener en cuenta, porque aunque suponga un esfuerzo más para el/la Educador/a el estar pendiente de esta persona, su apoyo y su opinión personal puede resultar positiva.


 


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